Hermanas y hermanos en Cristo,
Una figura familiar, Juan el Bautista, nuestro «hacedor de caminos» y heraldo durante todo el Adviento, sigue acompañándonos en el tiempo de Navidad, pero ahora, no sólo como alguien que desvía nuestra atención de sí mismo y la dirige hacia Jesús. También sirve como clave para interpretar por qué Jesús acude a él en el Jordán para ser bautizado.
Como profeta, Juan no pretende hablar por sí mismo. Purificado de egocentrismos, apegos y temores, su confiado y poderoso testimonio de la venida del Mesías y su insistente llamada al pueblo al arrepentimiento no proceden de él, sino que a través de él proceden de Dios. Ha sido formado en la tradición ascética de los esenios, y se ha disciplinado para un compromiso total con la misión que ha recibido. Como un instrumento de viento, como una flauta o una trompeta, Juan se ha entregado para ser tocado por el Señor, igual que Isaías y todos los demás profetas antes que él. Los temas y las notas que tocan son los mismos: la conversión de los vicios egoístas al amor y la fidelidad a Dios; la justicia para los pequeños que no tienen voz ni poder, especialmente las viudas, los huérfanos y los extranjeros necesitados; el verdadero culto, que no consiste en el sacrificio sino en el servicio generoso y la compasión; el fin de la violencia y del afán que conduce a la guerra. Qué intemporales y actuales son para nosotros estos principios y prioridades sociales…
La autoridad que la gente experimenta en Juan, incluido Herodes y su corte, no le fue conferida formalmente, ni fue simplemente una cuestión de su carisma o excentricidad ascética. La gente reconoce en su mensaje profético la autoridad que emana de la verdad, una verdad moral inconfundible. Tal vez hayamos conocido a personas como Juan, personas desvinculadas de las convenciones sociales y liberadas del miedo, pero empoderadas por una verdad que irradia no sólo de sus palabras, sino también de su ejemplo. A veces encontramos a estas personas trabajando al servicio de los más pobres y vulnerables, o dispuestas a ser encarceladas mientras protestan por la paz, o en nombre de nuestra casa común. Después de haber vivido durante años con personas proféticas de este tipo, puedo dar fe de que no nos hacen sentir cómodos, pero cada vez me alegro más de que vivan y trabajen entre nosotros.

Comparto todo esto porque está bastante claro que Jesús veía a Juan como algo más que su primo, sino como una especie de modelo. Al igual que Jesús aprendió de su madre, entre otras cosas, la fidelidad contemplativa, y de su tranquilo padre las habilidades del trabajo manual y cómo comportarse con humildad, de Juan extrajo lecciones y conocimientos sobre cómo convertirse en un instrumento de discernimiento para ser tocado por su Padre. Por eso, aún sin pecado, Jesús sigue la inspiración del Espíritu Santo y va al río Jordán para ser bautizado. Allí lo recibe todo de su Padre, empezando por su identidad de amado y, por implicación, la misión de reunir a todos los hijos amados de Dios en el Reino.
¿Cómo nos afecta esta reflexión a nosotros, que guiamos a otros? En primer lugar, cada uno de los que hemos sido bautizados también hemos sido ungidos como «sacerdote, profeta y rey». ¿Hasta qué punto percibimos una llamada a servir al Reino de Dios de manera profética, es decir, buscando y representando la verdad moral del modo en que lo han hecho los profetas que nos han precedido? Como líderes maduros y con discernimiento, sabemos que representar la verdad moral no es una cuestión de juicio farisaico o de moralizar, sino más bien de denunciar la injusticia y trabajar con y por los pobres, promover la justicia y la reconciliación, construir la paz y salvaguardar nuestra casa común. Todos tenemos alguna responsabilidad en estas misiones en virtud de nuestro propio bautismo.
En segundo lugar, cuando tenemos autoridad formal o informal, es fácil caer en la ilusión de que «estamos al mando». Pero en lugar de «estar al mando», tanto Juan el Bautista como Jesús se veían a sí mismos como «encargados de» la responsabilidad de ponerse a sí mismos, sus dones y su poder al servicio de los demás. Sabían quién estaba realmente al mando y se comprometieron totalmente a escuchar a Dios, discerniendo y haciendo la voluntad de Dios en lugar de seguir su propio camino. Volviendo a la analogía anterior de los instrumentos musicales, se entregaron por completo a tocar la partitura, los temas y las notas de Dios. ¿Sentimos en nosotros un deseo similar de ser utilizados como instrumentos de Dios y, si es así, cuál es la música que discernimos que Dios nos llama a tocar?
Con ustedes en el camino,