Es difÃcil escuchar la lectura del capÃtulo 10 del Evangelio de Lucas este domingo y no preguntarse cómo personas que se dicen seguidores de Jesús pueden albergar tanto miedo y antipatÃa hacia los refugiados y los migrantes, como vemos en tantas partes del mundo hoy en dÃa. SÃ, es una cuestión social y económica compleja que desafÃa las soluciones simplistas.

El buen samaritano, de Vincent Van Gogh (1890)
SÃ, se ha politizado hasta tal punto que, en nuestras sociedades polarizadas, reducimos nuestra lógica a opciones excluyentes que dejan poco espacio para la creatividad o el compromiso. Y, en el nivel más esencial, es una cuestión humanitaria de cómo vemos y tratamos a nuestro prójimo, que, según nos enseña Jesús, incluye también al extranjero, y no solo a las personas de nuestra misma familia, raza, nacionalidad o herencia cultural. La historia del buen samaritano pretende desafiar todas las formas convencionales de pensar sobre las personas a las que se nos ha enseñado a discriminar o temer, para arrojar luz sobre nuestra hipocresÃa y despertar la comprensión de lo que significa ser «bueno».
Para ser «buenos», Jesús parece sugerir que estamos llamados a ampliar el alcance y el cÃrculo de nuestra conciencia hacia aquellos que sufren fuera de nuestra vista. Para ser «buenos», estamos llamados a ir más allá del compromiso y el cuidado de aquellos que forman parte de «nosotros» y a descubrir un sentido de parentesco y conexión con aquellos que forman parte de «ellos». De hecho, Jesús nos llama a ver y relacionarnos con los demás como él lo hace, como hermanos y hermanas que tienen una dignidad inherente, como hijos de Dios. Para ser «buenos», Jesús espera que pongamos en práctica nuestra compasión, no solo con palabras o oraciones, y que invirtamos algo de nosotros mismos, incluido nuestro dinero ganado con esfuerzo, para cuidar de aquellos que no pueden cuidar de sà mismos.
Si sentimos cierta resistencia a mirar con detenimiento esta historia y la forma en que Jesús nos pone un espejo ante nuestra sociedad contemporánea, entonces estamos en «buena» compañÃa, porque sin duda los discÃpulos y otros seguidores de Jesús sintieron lo mismo. Para un judÃo respetuoso de la ley y devoto del Templo, los samaritanos no solo eran considerados forasteros, sino blasfemos cuya mera sombra podÃa ser fuente de impureza ritual. Como personas modernas alejadas de la realidad del contexto de la época y el lugar de Jesús, hemos perdido en general la sensibilidad hacia la forma en que esta historia debió de herir a sus oyentes. Él estaba sugiriendo que su enemigo tradicional era el verdadero héroe moral de esta historia, y les estaba llamando a convertirse, a abandonar sus opiniones autosuficientes y sociocéntricas, sus prejuicios y sus miedos hacia aquellos cuyas costumbres no comprendÃan.
Como lÃderes de la tradición cristiana actual, debemos leer los signos de los tiempos, y esto nos obliga a mirar a través del prisma de esta y otras historias de Jesús para ver con claridad nuestra realidad. Los Evangelios y parábolas como esta respaldarán algunas de nuestras convenciones y valores sociales contemporáneos y desafiarán otros. ¿Son nuestros tiempos idénticos a los de Jesús, de modo que podemos simplemente hacer una interpretación y aplicación literal de todas sus instrucciones morales? No. Pero nuestra naturaleza humana no ha cambiado mucho, y esto significa que muchos de los instintos, miedos y motivaciones básicas que Jesús abordó en su época son similares a los nuestros: la tendencia a identificarnos con quienes son como nosotros y a temer e incluso odiar a quienes son diferentes; la tendencia a limitar el alcance de nuestro sentido de la afinidad y a proteger nuestros recursos de quienes no son «nosotros»; y la tendencia no solo a no ver la dignidad igual e inalienable de los demás, sino incluso a objetivarlos y deshumanizarlos, como vemos que ocurre hoy en dÃa.
¿Qué podemos hacer con esta parábola, sino permitir que nos desafÃe y nos cambie, permitiéndole que nos lleve más allá de los lÃmites de nuestras formas actuales de percibir y dar sentido a nuestras diferencias con los demás, a nuestros derechos y a los de ellos? «Amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Cuando empezamos a ver a los demás como a nosotros mismos, ¿cómo no ver nuestros puntos en común, las similitudes que superan nuestras diferencias y el sentido de nuestra humanidad compartida? Nos vemos transportados más allá de nuestros miedos e inseguridades, y experimentamos la alegrÃa no solo de relacionarnos con personas diferentes a nosotros, sino de ofrecer nuestra bondad en formas concretas de hospitalidad y cuidado material. Esta es la bondad que constituye la verdadera grandeza a los ojos del Señor y la base del tipo de liderazgo que el mundo necesita desesperadamente hoy en dÃa. Esta es la bondad de Dios, que fluye a través de nosotros, para nosotros y para todos nuestros hermanos y hermanas.
Contigo en el camino,