Con un poco de fe, puedes mover montañas… ¿A qué se refiere Jesús aquÃ?Muchas personas piensan que la «fe» se refiere a un credo o a un conjunto de creencias. Pero la fe es también el acto de creer. Es tanto un verbo como un sustantivo, y se refiere a la confianza que depositamos en algo o alguien (incluso en nosotros mismos), normalmente sin pruebas objetivas que justifiquen nuestra confianza, lealtad o compromiso.

Cada uno de estos conceptos, confianza, lealtad, compromiso, son en parte disposiciones o actitudes espirituales que podemos desarrollar y mantener y que, a su vez, nos ayudan a superar nuestras propias pruebas y tribulaciones aparentemente imposibles. La fe, incluso una comprensión secular del poder de la creencia, es un recurso que se sabe que afecta a nuestro sentido de la agencia personal, nuestra capacidad, nuestra habilidad para sanar y recuperarnos del trauma, y para afrontar y lograr cosas difÃciles.
Pero, ¿qué hay de la gracia, se preguntarán? ¿Dónde encajan Dios y, en particular, el EspÃritu Santo? ¿Cómo entendemos nuestra creencia en la agencia personal, la capacidad o la resiliencia en el entorno divino de nuestra fe religiosa? Después de todo, ¿no era el pelagianismo la herejÃa de depositar demasiada fe en nuestras capacidades humanas y no suficiente en Dios?
Cuando Jesús anima a sus discÃpulos a tener fe, aunque sea poca, habla directamente desde su experiencia de creer en algo más que en sà mismo. Él conoce el poder de practicar la fe, de mantenerse firme en un compromiso leal con alguien o algo más grande que él mismo. La fe de Jesús en la promesa de resurrección de su Padre lo llevó incluso al punto de entregar su vida en nombre de una misión que tendrÃa que transmitir a sus discÃpulos, muy desiguales en cuanto a sus cualidades. ¡Hablando de una prueba de fe!
Pero incluso Jesús basó su fe en un fundamento firme y empÃrico, no en una fantasÃa vacÃa o en un optimismo general. En el centro de su creencia en el Reino de su Padre, esta visión escatológica de una realidad que solo se harÃa realidad después y a través de su muerte, Jesús tenÃa pruebas por las que estaba dispuesto a darlo todo. Jesús tuvo una experiencia real, profunda y dinámica del amor de su Padre por él. Este amor era la base de todo, la esencia y el núcleo de su ser, su sentido de sà mismo. En el Padre, él era el amado.
Nadie puede crear por sà mismo un sentido de ser amado. Solo podemos recibirlo como un regalo que se nos da gratuitamente, uno que no podemos merecer ni tener derecho a recibir por algún mérito personal. Y asà como es un regalo que, por definición, debe ser dado gratuitamente, también debe ser recibido gratuitamente. Ser amado requiere que cada uno de nosotros acepte este regalo, a pesar de nuestra parcialidad, imperfección o falta de mérito. Para muchos de nosotros, como creyentes, este es un viaje espiritual que requiere despojarnos de capas de resistencia, de vergüenza o de viejas historias sobre nosotros mismos que nos impiden creer que pueda ser cierto que Dios nos ama incondicionalmente. Es quizás el acto de fe definitivo.
Y cuando creemos en nuestro ser amado en relación con Dios, esta fe hace que todo sea posible… cualquier otro acto de confianza, cualquier otra promesa de fidelidad y servicio, cualquier otro sacrificio por un propósito mayor.
En cuanto a los lÃderes, ¿confiarÃas en alguien que solo cree en sà mismo, en sus propias habilidades, visión o experiencia? ¿Hasta qué punto tienes una experiencia personal de tu amabilidad y cómo influye esto en tu sentido de lo que es realmente importante en la vida?
Con ustedes en el camino,