Si no era ya obvio para los discÃpulos que Jesús era más que especial,  de hecho, que era el MesÃas que habÃan estado esperando durante siglos, la experiencia de la transfiguración debió de despejar sus preguntas y dudas. Ya habÃan sido testigos de su enseñanza con una autoridad inconfundible, de los milagros de curación y exorcismo, de la multiplicación de los panes y los peces, de la calma de la tormenta en el mar… en cada caso, tuvieron la oportunidad de «ver y creer». Y ahora, después de que Jesús finalmente les admita abiertamente que es el MesÃas, son testigos de la revelación de la gloria de Jesús como el hijo elegido de Dios; se quedan sin palabras con asombro.

Entonces, de la nube salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado; escuchadle». Ellos se quedaron en silencio y, aquella vez, no contaron a nadie lo que habÃan visto. (Lucas 9:36)
Qué viaje han hecho Pedro, Santiago y Juan desde el momento en que dejaron sus redes junto al mar y se dispusieron a seguir a este hombre. Se han convertido en los miembros principales de un grupo de compañeros, estudiantes y seguidores. Eran conscientes de cómo Jesús se habÃa interesado especialmente por su desarrollo, de cómo confiaba en ellos en su ministerio y de cómo sentÃan una cercanÃa con él. Y ahora, están juntos en lo que para cada uno de ellos debe haber sido una de las experiencias espirituales/religiosas más profundas de sus vidas hasta ese momento.
¿Podemos imaginar cómo esta experiencia debe haber aumentado la tensión que sentÃan en su interior por lo que Jesús les acababa de decir ocho dÃas antes, que serÃa rechazado, apresado y condenado a muerte por las autoridades religiosas? ¿Cómo podÃan conciliar todo lo que esperaban del MesÃas —el derrocamiento de la ocupación romana y la restauración de la legÃtima monarquÃa davÃdica de Israel y Judea— con esta profecÃa del sufrimiento y la ejecución de su maestro?
Sin duda, el silencio que se apoderó de ellos tras la revelación de la divinidad de Jesús no fue vacÃo, sino pleno. Debió de estar lleno de preguntas, de asombro, sÃ, pero también de contradicciones y vacilaciones entre la esperanza radical y la terrible desesperación. Quizá fue tal la sensación de desorientación y confusión que el silencio fue su único recurso. ¿Qué se necesita para escuchar a Dios, para percibir lo que Dios está diciendo y cómo, sin sentirse abrumado?
Jesús nos muestra que la forma de escuchar a Dios es a través de la oración, tanto expresando alabanza y pidiendo lo que necesitamos, como abriéndonos a recibir la voluntad de Dios, tal como rezamos en el Padre Nuestro: «Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad».
Sabemos que nuestros dos antepasados en la fe que aparecen en la montaña, Moisés y ElÃas, aprendieron esto a medida que se desarrollaban en sus vocaciones como profetas y lÃderes del pueblo. Aprendieron a escuchar en su oración, no solo a prestar atención a las grandes señales de las columnas de nubes y fuego, sino también a la pequeña voz susurrante. Maduraron en su comprensión de que sus caminos no eran los caminos de Dios, y que el sufrimiento, al que todos nos resistimos naturalmente, a menudo está implÃcito cuando nos comprometemos a actuar correctamente, a amar de manera fiel y de todo corazón, y a servir a causas más grandes que nosotros mismos. El sufrimiento a menudo va de la mano con atreverse a hacer grandes cosas, pedir a los demás que salgan de sus zonas de confort y dar a luz una nueva vida. Y, sin duda, como personas que lideran el cambio social o institucional, sabemos que es raro que logremos una transformación profunda sin pasar nosotros mismos por un crisol.
Mientras reflexionamos sobre el misterio de la Transfiguración, tal vez podrÃamos explorar en nuestra práctica de la oración cómo estamos escuchando a Dios. Si descubrimos que somos nosotros los que hablamos más, ¿podemos hacer espacio para atender a las formas en que la voluntad de Dios se manifiesta en nuestras vidas? Quizás la voz de Dios nos hable a través del extraño, o de la persona que llama a nuestra puerta, o a través de las circunstancias sorprendentes que se desarrollan a nuestro alrededor. ¿Cómo discernimos la voluntad de Dios cuando parece que las cosas son más difÃciles, más dolorosas de lo que esperábamos? Pidámosle a Jesús que nos enseñe su camino esta Cuaresma, y asà encontremos su valor, su esperanza supliendo la nuestra.
Con ustedes en el camino,