Recuerdo haber observado a una niña de siete u ocho años entrar en una capilla de la catedral de Madrid, España, y sorprenderse ante un crucifijo particularmente espantoso con el cuerpo torturado de Jesús colgado de él. Inmediatamente se echó a llorar y preguntó en español: «¿Quién dejarÃa algo tan aterrador en la iglesia para que todo el mundo lo viera?».

«El Cristo sonriente» de Javier
¿Hay algún acto de devoción cristiana que pueda estar más en desacuerdo con la perspectiva mundana que la exaltación de la Cruz? Elevar la Cruz como objeto de veneración puede parecer a algunos como la exaltación de un pelotón de fusilamiento o una silla eléctrica, o las inyecciones tóxicas que se administran para ejecutar a los criminales condenados a muerte. (Es sorprendente que estas prácticas inhumanas de castigo y, en teorÃa, de disuasión, sigan utilizándose en algunas de nuestras sociedades, y en esos lugares, la Iglesia católica suele trabajar para poner fin a esta práctica bárbara). Para quienes no pertenecen a la tradición cristiana, esta celebración puede resultar impactante e incomprensible, como si se exaltara este tipo de pena capital, o el terrible sufrimiento y la muerte causados por esta forma tortuosa de ejecución, que en su dÃa fue un método para aterrorizar a un estado ocupado, para someter el crimen y la rebelión en el Imperio Romano.
Podemos apreciar la reacción de esta niña, que da un paso atrás para ver con nuevos ojos, y tal vez preguntarnos nosotros mismos qué es exactamente lo que celebra la Iglesia en la Exaltación de la Cruz.
Teológicamente, esta fiesta de la Iglesia no pretende celebrar ninguna de las cosas mencionadas. Más bien, esta fiesta celebra lo que ocurre en la Cruz a través del sacrificio de Jesús de Nazaret, este hombre inocente condenado injustamente a muerte. En la Cruz, Jesús expresó a través de su sufrimiento el amor y la misericordia infinitos de su Padre, el perdón inmerecido de nuestros pecados. Jesús transforma la naturaleza misma del sufrimiento inocente y acepta su Pasión y muerte por amor.
Esta es la fuente de nuestra redención en el misterio pascual, que Dios amó tanto al mundo que dio a su hijo por nosotros. No creemos que en la Pasión, Dios apruebe la pena capital, ni ninguna violencia en este sentido. Tampoco está Dios revirtiendo la antigua enseñanza de los profetas, quienes uno tras otro le dijeron al pueblo que lo que Dios desea es «misericordia, no sacrificio». SÃ, describimos a Jesús como el «cordero», y hay muchas escrituras que recapitulan la noción de una ofrenda propiciatoria para apaciguar la ira de Dios por nuestra humanidad pecadora; sin embargo, la teologÃa de los escritores del Evangelio (especialmente Juan) sugiere que, para Jesús mismo, en esta nueva Pascua, no está siendo sacrificado como vÃctima. Más bien, Jesús, la segunda persona encarnada de la Trinidad, elige aceptar su Pasión y muerte para expresar en toda su plenitud lo que Dios ha deseado comunicar desde el principio: que Dios es Amor y nos amará total y completamente hasta el final, a pesar de todo.
¿Qué podemos hacer nosotros, como lÃderes, con esta fiesta y qué relevancia personal puede tener para nosotros en nuestras funciones de servicio y responsabilidad?
Conozco a muchos superiores religiosos y a personas con funciones de autoridad que cuentan literalmente los dÃas que les quedan en el cargo, esencialmente haciendo una cuenta atrás hasta que termine su servicio y sean liberados para otra tarea. No estoy juzgando. A menudo, en el contexto de la Iglesia, no deseamos la carga de estas funciones complicadas y desafiantes, y preferirÃamos servir a las personas en otras formas de ministerio. Para muchos, el liderazgo es una cruz y puede parecer una carga no deseada que produce más sufrimiento personal (soledad, estrés, sÃntomas fÃsicos, etc.) que satisfacción, y mucho menos realización.
Pero, inspirado por el ejemplo de Jesús, también he sido testigo de cómo estos lÃderes, con gracia, aceptan y abrazan esta cruz solo para descubrir que, cuando lo hacen con libertad y con un espÃritu de amor por aquellos a quienes sirven, su anterior sensación de carga se aligera y su sufrimiento a menudo se transforma. No es una resignación sombrÃa lo que produce este cambio, sino verdaderamente la obra de la gracia de Dios, la inspiración del EspÃritu Santo y el poder del amor por los demás, por la propia misión, lo que marca la diferencia.
Si eres uno de esos lÃderes que no ve cómo tu papel y responsabilidad actuales encajan con tu vocación o tus preferencias para el ministerio y el servicio, ¿hay algún espacio en tu corazón, algún deseo de orar por la gracia de este tipo de transformación? ¿A qué tendrÃas que renunciar? ¿Qué podrÃas aceptar como posible o verdadero?
Junto a ustedes en el camino,