A veces nos preguntamos si, entre las numerosas traducciones y ediciones que se han realizado a lo largo de los siglos, tenemos los Evangelios tal y como los escribieron originalmente los evangelistas. Si recordamos el juego del «teléfono» de nuestra infancia, ¿no recordamos cómo, después de ser susurrado de un oÃdo a otro, un simple mensaje podÃa ser tan diferente, incluso distorsionado, cuando la séptima persona lo oÃa y lo repetÃa en voz alta?Â

Quizás esta sea una de las razones por las que nos hemos vuelto tan dependientes de las tecnologÃas que nos ayudan a grabar el habla y la música con «alta fidelidad», con el fin de preservar la calidad original, la resonancia y la claridad de las palabras y los sonidos.
A veces pienso en esto cuando leo una frase desconcertante como la del Evangelio de Lucas, donde escribe: «Porque los hijos de este mundo son más prudentes en el trato con su propia generación que los hijos de la luz. Os digo que os hagáis amigos con las riquezas deshonestas, para que cuando estas falten, seáis recibidos en las moradas eternas». ¿PodrÃa ser esta extraña expresión el resultado de una traducción errónea, repetida una y otra vez a lo largo de los siglos?
O tal vez, con nuestra propia «alta fidelidad», podamos interpretar y comprender la instrucción de Jesús tal y como él la pretendÃa. ¿Qué quiero decir con «alta fidelidad»? Me refiero a la forma en que entendemos, hacemos nuestro y cumplimos el mensaje esencial o fundamental de Dios, tal y como se expresa a través de la tradición profética del Antiguo Testamento y, posteriormente, a través de Juan el Bautista y del propio Jesús. A lo largo de toda nuestra tradición de fe, se nos advierte sobre nuestra relación con el dinero, por no hablar de la riqueza, para evitar la tendencia perenne a la codicia, el acaparamiento y la explotación de los demás para nuestro propio beneficio.
La coherencia de este mensaje es inconfundible desde Moisés, Amós y todos los demás profetas, hasta el propio Jesús. Sin duda, se repite en todas las épocas de nuestra tradición religiosa porque debe ser asÃ; necesitamos que se nos recuerde constantemente. La tendencia humana a apegarse a la riqueza material y a confundir su valor real nunca desaparece. ¿Hacia dónde nos dirigen profetas como Amós y luego Jesús para que centremos nuestra atención e intención en el uso de los recursos materiales? Nos dirigen hacia las preocupaciones fundamentales de nuestra vida: el cuidado de las personas (el amor, la misericordia, el servicio a nuestros hermanos y hermanas, el cuidado de los pobres).
Si somos fieles a Dios y mantenemos una relación correcta con todos los bienes creados que Dios nos ha proporcionado a través de nuestra tierra, este hogar común, y con nuestras necesidades en relación con los demás, sabremos cómo dirigir estos bienes y no abusar de ellos. ¿Quizás esto es lo que significa cuando Jesús sugiere que debemos «hacernos amigos de las riquezas deshonestas»? Es la prudencia espiritual a la que Jesús se refiere cuando aplaude al siervo inteligente.
A la luz de esta «alta fidelidad» a las intenciones de Dios para nuestro uso de todas las cosas, nosotros, como lÃderes que ejercemos responsabilidad y control sobre los recursos materiales, podemos practicar la prudencia espiritual en la forma en que dirigimos nuestros activos, vivimos con sensata simplicidad y canalizamos nuestra extravagancia hacia los demás, en lugar de solo hacia nosotros mismos. Podemos oponernos a los abusos éticos y a las estrategias extractivas que devastan los recursos no renovables de la tierra.
Podemos identificar y denunciar los sistemas de explotación que proporcionan ventajas injustas a los que ya son ricos y alejan aún más a los pobres de las oportunidades. En el espÃritu de la «alta fidelidad» y la relación correcta, podemos dar ejemplo a los demás de cómo disfrutar de una sensata simplicidad en un estilo de vida que esté en equilibrio y reciprocidad con las necesidades de los demás y los lÃmites de nuestro planeta.
Al concluir esta reflexión, confieso que soy totalmente imperfecto a la hora de seguir mis propias recomendaciones, que tengo apegos y deseos materiales, y que a veces me frustra lo lejos que estoy de este tipo de «alta fidelidad», de una relación correcta con los limitados medios de que dispongo. Sé lo mucho que valoro el buen ejemplo de los miembros de mi comunidad religiosa, que están más avanzados que yo en este camino, y cómo deseo imitarlos en su aceptación de la simplicidad material, su disfrute de los placeres sencillos y su generosidad con los necesitados.
Por eso, con humildad, planteo la pregunta: ¿dónde te encuentras en tu relación con el dinero en el contexto y el horizonte de nuestras preocupaciones compartidas por las necesidades de los demás, por el cuidado de la tierra y por la transformación positiva de los sistemas sociales y económicos quebrantados? ¿Qué diferencia sientes que Dios te llama a marcar en estas áreas?
Contigo en oración en el camino juntos,